The Walking Conurban



Trabajo Final Unidad III
Elegir una imagen de la cuenta de Instagram The Walking Conurban y redactar una aventura del ciruja Carlitos Moreno en ese escenario. (Incluir algunos de los rasgos genéricos y los recursos vistos en clase: ciencia ficción, fantástico, mapeo, etc).



Trabajo realizado por Violeta Soto



Era una noche fresca y húmeda de enero, de esas que anticipan las tormentas de verano. Todo estaba muy calmo, los barrios dormidos no se inmutaban ante mi paso silencioso. Estaba solo porque el gato hacía unos días no aparecía, no me preocupaba porque entendía, más incluso después de la guerra, que necesitaba estar solo. Un poco lo agradecía, después de la locura de las balas, los tanques, aviones y explosiones yo también necesité un tiempo de caminar sin compañía. Además, al final siempre terminábamos por reencontrarnos.
 Las nubes tapaban las estrellas, ni los satélites de vigilancia eran visibles esa noche, por lo que caminé a ciegas durante varias horas. En determinado momento de mi marcha, la noche se cerró abruptamente delante de mí. No me detuve, de modo que después de unos minutos me encontré en el medio de una negrura infinita que no cedía ante la costumbre de los ojos a la oscuridad. Era extraño, pero rápidamente dejé de pensar en eso, después de todo, que el alumbrado público no funcionara era incluso esperable en los barrios olvidados de la oligarquía.
A pesar de que era verano, el frío me entumecía el cuerpo y aumentaba a medida que me adentraba en el vacío. Y aunque calculaba que debían ser más de las cuatro de la mañana, en el cielo, que no se distinguía del suelo, no había señales de claridad. Como un autómata seguí caminando, en ninguna dirección; cuando el escenario logró perturbarme quise dar la vuelta, pero en mi estado de sopor sumado a la ceguera no podía comprobar si efectivamente había corregido mi rumbo, qué útil habría sido tener al gato para guiarme.  Cuando por fin resolví echarme en el suelo a descansar, a esperar que la noche no fuera eterna, una chispa seguida de un sonido estridente me hizo saltar, entendí que era un disparo y corrí hacia donde creí que era el lado contrario. Las balas me perseguían como si fuera una cacería y huí como pude de mi francotirador hasta que finalmente un dolor punzante en el hombro me tiró al suelo. Todo se volvió aún más negro.
Desperté sintiéndome pesado, sin saber qué era real, pero al intentar incorporarme una puntada en el lado derecho que me llenó los ojos de lágrimas me llevó a comprobar que los eventos de la madrugada pasada no eran el recuerdo de un mal sueño. Estaba en una habitación diminuta con una única ventana por la que entraba una luz fría. Cuando miré para el otro lado vi rejas, claramente estaba en un calabozo. En el Purgatorio. Cómo no pude darme cuenta antes si el frío de la noche anterior únicamente lo había sentido ahí. Sin embargo, no entendía cómo había llegado hasta allí sin haber pasado por la calle de las luces azules, y más importante, cómo  no me habían matado en el tiempo que pasé vagando por la zona. Todos estos pensamientos junto al cansancio acumulado y mi hombro precariamente vendado, además del hecho de estar reposando en una cama después de tanto tiempo, me adormecieron lentamente.
Me despertó un ruido metálico.
-Afuera – ordenó un guardia. 
No me sentía en condiciones de enfrentármele por lo que no sin dificultad me levanté de la cama. Fui guiado hasta un patio interno, iluminado naturalmente por la azulada claridad que dejaba pasar un enorme tragaluz en el alto techo. Nadie me decía nada, pero yo tampoco pregunté, exceptuando la herida de bala, estaba bien. Me encontraba en un segundo piso, recordé lo que me había dicho el Cantor, las condenas por delitos graves se cumplen en los pisos altos, lo que significaba que en teoría saldría pronto.
Me quedé parado en un rincón mirando los distintos grupos de presos, me pareció que se agrupaban más o menos por identificación porque los miembros de las distintas bandas eran fenotípicamente similares: algunos muy enanos, probablemente de Barrio Mercante, aunque no pude reconocer a nadie; otros más altos y musculosos; varios tatuados de pies a cabeza…
-¡Carlitos! – reconocí inmediatamente la voz del Jardinero- ¿Qué hace acá?
Nos saludamos con un abrazo, me sorprendía que estuviera en el Purgatorio pero al mismo tiempo me alegraba inmensamente de encontrarlo allí.
-Después de la travesía en el Río de Fuego pensé que no lo iba a ver más. No sé cómo terminé acá, estuve varias horas caminando, supongo que bordeando el Barrio, hasta que me balearon y acá estoy.
-Es increíble que haya durado tanto, la vigilancia perimetral es impecable, pero ayer hubo un intento de fuga en el sexto piso, de los más peligrosos, así que asumo que todas las fuerzas estuvieron concentradas en frustrarla. De hecho lo hicieron.
-No me digas. ¿Cómo fue?
-Fue cosa de novatos, no se puede salir de acá por las vías “tradicionales” – hizo las comillas con los dedos-, burlar la seguridad de esta cárcel es imposible por la forma en la que fue diseñada, se necesita un plan más extravagante… ¿A vos en qué piso te pusieron?
-En el segundo, pero me dijo el Cantor que…
No me dejó terminar de hablar que pegó media vuelta y me hizo una seña para que lo siga. Entramos en una celda que estaba fuera de la vista de los policías.
-Lo bueno de estar en los tres primeros pisos es que te dejan manejarte por la planta baja durante las horas de patio. Yo estoy en el primero, por comprar unas sales de galvanoplastia que no estaban inventariadas, pero me dieron tres meses. A usted ya lo van a citar, pero si explica lo que le pasó, no creo que le den más de seis. – Hizo una larga pausa en la que no supe qué decir, esperaba que volviera hablar – Mire Carlitos, yo sé que usted es un espíritu libre y no lo veo cumpliendo condenas, así que le propongo que se una a mi escape.
-Es cierto, yo no puedo reducir mi libertad a las horas de patio, enloquecería. Claro que lo acompaño. – No necesitaba meditarlo mucho más, unas horas encerrado no me molestaban, pero en cualquier instante me podía urgir el deseo de caminar.
-Hace ya un tiempo vengo experimentando con la teletransportación, en los campos dejé un portal terminado antes que me arrestaran. Acá estoy hace un mes y medio, de a poco logré conseguir de contrabando los materiales esenciales y los demás los reemplace con cosas que fui encontrando. En las prisiones hay mucho metal. Lo único que me falta es una pieza de plutonio para activar y conectar los dos portales, y soportar el viaje de ambos; pero no te preocupes, porque ya está en camino.
-¡A esto se refería usted con un plan extravagante, más que eso, es un plan impensado! Jardinero, si el camino de mi vida hubiera sido el trabajo, habría sido un honor hacerlo para usted.
-Muchas gracias, pero hay que ser cautelosos, no pueden oírnos- en voz más baja empezó a contarme los últimos detalles-. A la hija de la cocinera le regalé un ramo de tulipanes de plata para su boda, y su padre trabaja en la planta nuclear que está más allá de la General Paz, así que conseguí que su esposa me infiltre una barra de plutonio en mi cena de esta noche. Cuando volvamos del comedor, tenemos veinte minutos hasta que cierren las celdas y pasen a hacer el conteo, ese es el momento de irnos.
A los gritos nos obligaron a volver a los respectivos calabozos, cuyas rejas estuvieron cerradas hasta la hora de cenar. En el comedor identifiqué al Jardinero sentado frente a su plato sin tocar la comida, por obvias razones, así que me senté junto a él.
-Coma de lo mío, no creo que pueda ingerir nada de eso sin consecuencias indeseables, yo estoy acostumbrado a funcionar solo con las reservas de mi cuerpo- me agradeció pero yo repliqué que era lo mínimo que podía hacer por él.
El Jardinero se levantó apenas escuchó el primer llamado, llevaba el pan flauta plutónico en el bolsillo del pantalón. Durante la comida me dijo que espere al último llamado y luego vaya a la celda 13 del primer piso, que era la suya.
Así lo hice y cuando los gritos de los guardias ya amenazaban con transformarse en empujones me levanté y me fui. Subí al primer piso y disimuladamente me aparté del paso de la caravana que continuaba el ascenso. Entré a la celda del Jardinero pero no lo encontré. Por un segundo me preocupé, hasta que vi su cabeza asomarse por debajo de la cama.
-Estoy a punto de activar el portal- susurró-. Póngase en la puerta por si viene alguien, cuando haya que correr la cama para saltar yo le aviso.
Me pegué a la pared que me dejaba de cara a la escalera por la que había subido, de vez en cuando miraba para el otro lado pero todo estaba bastante calmo, casi todo el ruido que se oía era el eco del escándalo que se propagaba de los pisos de más arriba. Escuché pasos sigilosos que venían de los escalones de cemento. Le chisté a mi compañero.
-Ya casi está, corra la cama que yo sigo pero no haga mucho ruido -me apuró.
La levanté con cuidado pero apenas descubrí el hoyo sobre el que estaba trabajando mi compañero quedé hipnotizado por la profundidad, que me recordaba a los ojos del gato, el color era indescriptible probablemente por el plutonio que nunca había visto en persona. El Jardinero me golpeó ligeramente la pierna para arrancarme de mi embelesamiento. Terminé de correr la cama de modo que el portal quedó completamente destapado.
-Listo –dijo mientras se incorporaba temblando-. Hay que hacerlo rápido, vamos a saltar al mismo tiempo. Es la primera prueba así que es posible que al salir por el otro lado terminemos con un baño metálico, después le explico pero si está de acuerdo es hora de irnos – entendí que no esperaba una respuesta porque empezó a contar.
Lo que pasó una vez dentro del portal es difícil de explicar. El “tres” del Jardinero se enlazó con el grito de “alto” del guardia que alcanzó a vernos saltar. Esas dos últimas palabras  se estiraron, replicaron, las oí más agudas y más graves, se arremolinaron y me envolvían aunque en distintos planos claramente aprehensibles, como si hubiera adquirido una sensibilidad para eso. Ya no sentía los límites de mi corporalidad, como si lo único que quedara de mí fuera mi conciencia, que no necesitaba de materia para percibir lo que estaba pasando a mi alrededor. Vi colores que nunca imaginé posibles, las combinaciones más absurdas. Dentro de ese túnel infinito la noción de tiempo y espacio había desaparecido, o se había deformado lo suficiente para escapar a mi entendimiento.
Desperté con la misma confusión que en el calabozo. No sé cuánto tiempo pasó pero lo primero que divisé a través de las flores de metal fue el cielo celeste mezclado con los ordinarios rosas y naranjas del amanecer. Recordaba los hechos pero todavía no podía poner en palabras lo que había vivido. Cuando giré la cabeza me encontré con mi compañero inmóvil mirando la misma imagen que yo hacía unos segundos. Ambos nos incorporamos. Ninguno dijo nada, solo nos miramos fijamente, sin pestañear. Recordé la advertencia del Jardinero segundos antes de saltar, pero no podía ver en él ningún recubrimiento plateado o cobrizo, aparté la mirada para comprobar lo mismo en las partes descubiertas de mi piel.
 Le agradecí, no recuerdo que me haya contestado, entendí que esta vez no nos volveríamos a ver. Caminé derecho por el campo hasta la calle que conducía a Barrio Mercante, solo quería pensar.





*

Trabajo de Micaela Guaycochea


“Por una cabeza, todas las locuras
Su boca que besa
Borra la tristeza
Calma la amargura"




Lo que voy a contarte pasó hace bastante, y bastante lejos. Yo tenía más o menos tu edad, diecisiete, dieciocho años. Y también era muy flacucho, un espantapájaros, la gente no se daba cuenta que yo estaba presente. Y no es muy lindo que no se den cuenta de tu presencia. Por eso me acostumbré a cantar, para que la gente supiese que yo estaba cerca, para que me notaran. Todas las canciones que sé las aprendí de una casita que estaba en mi barrio, por La Sudoeste, una casa antigua con tablones de madera y que parecía una fortaleza, porque no tenía ni puertas ni ventanas (salvo pequeñas rendijas). Una fortaleza imposible de derrumbar. Le pertenecía a Don Chelo, un viejo empleado de la metalúrgica, con el doble de años que la casa. Allí se reunía con sus compañeros a escuchar tangos, a todas horas, de noche, a la tarde, a la madrugada, al mediodía. Pero tampoco todo el tiempo, pasaban un par de días entre encuentro y encuentro. Yo siempre escuchaba porque pasaba por allí, en el camino para ir a hacer changas, y los terminé aprendiendo por ir y venir tantas veces. No lo hacían desde siempre, habían empezado a escuchar tangos unos meses antes, poco después de que echaran al Señor. Los oligarcas estaban de vuelta, y se decía que estaban persiguiendo a la gente. Perseguían a los que le eran fieles a los Señores. Siempre tuvieron una foto de la Señora colgada en la pared, o eso me parecía ver cuando espiaba por las ventanas.  La música salía siempre desde un gramófono, con un volumen muy alto. Una de esas tantas veces que de puro curioso, me colgaba de uno de esas rendija para espiar, me di cuenta que ponían la música tan alta para que nadie escuchase lo que hablaban: eran resistentes. “Qué no, que ya va a volver, no puede dejarnos tanto tiempo” “Ya te dije que las cartas llegan con retraso, mañana se llevan a cinco y cuando el General se entera son veinte”, “Cooke dice que las cartas llegan, que está activo” “Le lleguen o no, no podemos dejar que cuando vuelva se encuentre todo hecho pelota”. La voz carrasposa del viejo Chelo era inconfundible, por respirar tantos de esos vapores tóxicos de la fábrica del metal.
Sí, sí, ya sé que no parece que estoy contando la misma historia, pero creeme que la casa y los resistentes tienen mucho que ver con lo que pasó esa noche. No solo me enseñaron todos los tangos que sé, también me salvaron, unos resistentes. No los amigos de don Chelo, a ellos nunca más los vi. Los muchachos dicen que se los llevaron los satélites en una noche en la  que yo no estaba cerca del barrio. Otros me dijeron que se subieron al tren que los llevaba a la fábrica y nunca más volvieron. Me gusta pensar que se subieron al tren para irse al trabajo y allí decidieron fugarse  en una nube de vapor de mercurio de los que emanaba la  metalúrgica, que se fueron muy lejos a buscar el paradero de su Señor. Con su imagen de Evita, la Santa, por supuesto.
Pero lo que te tengo que contar no pasó acá, pasó  lejos, en José León Suárez. Me gusta ese nombre, tiene tildes en todas las palabras. Sé que pasó allí porque lo vi en un cartel ni bien me bajé del tren. Ah, no te conté. En esos días pasaba un tren por la Sudoeste. Un tren bala, le decían. Era precioso: verde como si estuviese hecho de esmeraldas y brillaba en la oscuridad como si estuviese vivo. Parecía una serpiente por como se veía. Después comprendí que se parecía a las serpientes en más de un sentido, porque las serpientes mienten y el tren también me mintió. Lo importante es que era muy lindo, y muy rápido. Pero no por eso le decían bala, ahora vas a saber. Lo mejor de todo era que no tenía ningún oficial a cargo, subía el que quería, y el tiempo que quería, solo tenía que saber donde bajarme. Por curioso fue que me subí aquella noche, y porque el gato, que siempre estaba conmigo se había subido a uno de los andenes. Me senté con él en el andén vacío, curiosamente no llevaba ni carga ni otros pasajeros. Hacía menos calor dentro que fuera, la temperatura justa para dormir una siesta. Cerré los ojos despacio sin antes avisarle al gato que me despertara cuando terminase el paseo.
No me despertó el gato. Me despertaron las luces. Luces blancas incandescentes. No había luces así en mi barrio. Me bajé inmediatamente pensando que estaba muy lejos de mi hogar. No me equivocaba. Gato bajo atrás mío y juntos miramos a nuestro alrededor para comprender dónde estábamos. Frente a nosotros había una gran arcada que daba a un basural, rodeado por unos muros medianos. A lo lejos veíamos un par de edificios, muy lejos. En esos muros se leían unas letras medio narradas y en rojo que decían J. L. SUÁREZ. Comprendimos que estábamos lejos de casa, pero tampoco tan lejos de nuestro hábitat. Entramos. El lugar era hermoso, pero lo más hermoso eran unas figuras extrañas, con forma humana esparcidas en un rincón del basural: estaban hechas con alambres, con latitas, con plásticos extraños, con metales, con todo tipo de elementos. Todas estaban en el piso o contra la pared. Algunas muy derechas, otra agarrándose sus cabezas y algunas arrodilladas. Ninguna tenía ojos o nariz pero muchas tenían bocas abiertas, como agujeros de los que salían gusanos. Parecían vivas, esas estatuas. Pero aunque eran muy bonitas, había algo raro en ese basural, algo que no encajaba, como una energía negativa. Tenía un mal presentimiento. Me giré con el gato para irnos y volver a casa en el tren, cuando sentimos las luces. Venían desde un rincón, desde un auto destartalado. Me apuntaba con sus faroles como si fuese un policía o un helicóptero. Estaba sobre una pila de basura, como a punto de saltar. No tenía conductor. Entendí lo que pasaba inmediatamente, los satélites me habían interceptado y me habían hecho subir al tren para que me dejara aquí, en el basural. Ahora manejaban el auto desde un control remoto. Seguramente era porque sabía cantar tangos. Era claro, los oligarcas me perseguían y el auto quería acabar conmigo.

No había tiempo que perder. Empecé a correr con gato al lado mío, hacia la arcada. Cuando estábamos por llegar, un auto nuevo nos bloqueó la entrada. También destartalado, también sin conductor. Detrás de nosotros escuchamos acercarse al primer auto, que hacía chirriar su carrocería contra el piso porque no tenía ruedas. Bloqueados por atrás y por delante. Intentamos movernos hacia los muros, pero desde fuera del basural empezaron a parecer trompas de autos, una al lado de la otra, como intentando subir al muro y entrar. Nos estaban rodeando. Era nuestro fin.
Pero nuestra salvación llegó pronto, o en realidad siempre estuvo allí. Las estatuas empezaron a cobrar vida, a moverse con destreza y agilidad, livianas como si no pensaran nada. Las del suelo se pararon, las agachadas se irguieron, y todas se dieron vuelta para ver a los autos oligarcas intentar subir los muros. No perdieron tiempo, cada una corrió hacia un auto y se subió encima. Dos corrieron hacia los que me acorralaban, y se metieron dentro por las ventanas sin vidrios. Y empezaron a luchar con el volante, con el mismo auto por el control. Era impresionante, era como si fuesen autitos chocadores o como un toro mecánico. Las estatuas se esforzaban por dominar los autos y llevarlos lejos. El que estaba frente a mí, hacía el intento de dominar al auto que se movía como si fuese un caballo, levantaba su capote y su baúl a la vez, como queriéndose deshacer de la estatua. A mi alrededor todos habían lo mismo. Era mi oportunidad. Tomé impulso y me arrojé hacia delante, me deslicé por  todo el capote del auto, mientras veía a la estatua asentirme con la cabeza. Me incorporé rápidamente y empecé a correr. Cuando estuve más lejos, con el gato junto a mí (aún no se como hizo para escapar ileso, es cosa de gatos), me detuve a ver la batalla campal que seguía liberándose y grité con todas mis fuerzas GRACIAS. Las estatuas no me gritaron de vuelta, pero supe que lo habían escuchado. Desde lejos se veía como algunas se habían subido a los techos de los autos e intentaban someterlos así. Era verdaderamente muy hermoso.
Era tarde y tenía que hallar la forma de volver a casa. No usaría el tren por supuesto. Empecé a caminar buscando un transporte, mientras cantaba un tango, bien fuerte, a propósito.


*

Trabajo de Catalina Rueda:


El fin de semana estuvo horrible. El sábado había llovido todo el día, y hoy había parado un poco, pero no cambiaba nada. Ya habíamos comido, tempranito. Ya eran las 3 de la tarde, y me re embolaba encerrado en casa.
A eso de las 3 mi mamá quería salir, a ver si encontraba al almacén abierto para comprar una Exquisita; y yo Salí corriendo para detenerla. Que iba yo, le dije, así ella descansaba.
En la calle no cantaba ni un gallo, pero el almacén de la cuadra de la vuelta estaba abierto. Era lindo, salir un ratito, después de haber estado todo el día encerrado. No tenía ganas de ir tan rápido a casa, si total mamá seguro se echaba una siesta.
Me quede un ratito afuera del almacén después de haber agarrado la Exquisita. Y en eso escucho que me llaman de la esquina de la cuadra de enfrente.
Era el Señor Carlitos, ¡Ay! Cuanto que no lo veía. Sentado en un banquito, con mate en mano y el gato acostado en los pies, me llamaba para saludarme.
Me acerqué, lo iba a saludar como se debía.
-¿Qué haces, nene, afuera, que no ves que se larga en cualquier momento?
-Quería salir, señor Carlitos, todo el día adentro de casa me pudre.
Se rió y me contó que a veces le pasaba lo mismo. Me acomodé para sentarme, y le pregunté qué hacía él afuera, y cómo el gato estaba tan tranquilo, a pesar del agua.
-¿Y yo qué sé? Es un gato raro, le gusta anda afuera siempre. Nos gusta, más bien. Además, los días así me hacen acordar a la Estancia de las Estrellas.
-¿Estancia de qué? ¿Dónde queda eso?
-Ah, no te habré contado nunca. Yo la encontré hace mucho, pero no me la olvido más. No queda en ningún lugar, aparece así nomás.
-Señor Carlitos, si es una broma no siga, pero si no es, porfa cuénteme… ¿Qué estaba haciendo usted que la encontró? ¿Cómo que apareció?
-Dale, te la cuento…
***
Ya no sabía si habíamos caminado horas… o días.
El gato y yo habíamos emprendido la búsqueda de otro de los barrios Bustos, pero este es secreto. Que no lo llegabas a entender si no te parabas exactamente sobre algo con una altura de casi 2 metros, y  también exactamente sobre la esquina sud-oeste de este barrio.
Lo había escuchado uno de los vecinos de Gorja, y nos lo había contado de chusma o de curiosidad a ver si yo podía encontrarlo. De todas formas, me ganó en la primera y me encaminé al bosque, para un viaje más corto, a buscarlo.
Le dije al gato que me iba, y me siguió. Me puse contento, no iba a estar solito otra vez.
Pero caminábamos y caminábamos, y nada. Pero Nada.
Y también de la nada, se largó a llover. ¡Como llovía!
El gato estaba más tranquilo que yo; pero yo quería descansar un poco, y con la lluvia íbamos a enfriarnos todos. Teníamos que buscar algún refugio, para pasar la noche que se venía.
Ya me estaba enojando, porque lo único que veía (veíamos, también estaba el gato), era bosque, árboles, arbustos y nada. Y era tanta la cantidad de árboles, que no se llegaba a ver ninguna estrella para ubicarse.
La lluvia parecía apurarnos, el gato y yo íbamos serpenteando entre tronco y tronco para no mojarnos…tanto.  Ya estábamos cansados, mojados, y lo único que queríamos era un tronco por ahí más grande que los demás, donde no esté todo el piso tan mojado. Pero parecía que el destino nos estaba jodiendo, porque estaban todos iguales.
Pero de la nada, mirando de reojo, encuentro una construcción de madera. O eso creía yo. Estaba lloviendo y oscuro, entonces nada podía ser lo que se esperaba; pero era mejor que nada.
Agarré al gato del cogote, sin lastimarlo, y salí corriendo.
Entre medio del caos, para mí parecía que me habían mandado una posada perfecta para la situación.
A las apuradas y como pude, subí unas escaleritas que tenía la cosa, y pateé un rato la pared de madera, hasta encontrar una puerta.
Ni bien entramos, parecía que nos habíamos trasportado a otra dimensión. O por ahí ya estaba tan cansado, que alucinaba, pero en ese momento aquella habitación de madera me pareció más un hogar que cualquier otra cosa que haya tenido en todo mi vida.
Lo primero que vi fue una cama, que después me di cuenta que no era una cama, eran trapos, mantas y otras cosas apiladas; pero para mí era más cómodo que cualquier otra cosa. Había algo de leña, que nos iba a servir para calentarnos al fin. Pero mi cansancio era tanto, que caímos directo a la pila de mantas, y me dormí al instante.
No sé cuánto habré dormido, pero en medio de la noche me desperté, totalmente despabilado. Ya no me encontraba nada cansado y esto era imposible, porque no habíamos parado en todo el día.
Me quedé acostado un rato más, tratando de entender qué estaba ocurriendo, y no despertar al gato. Y entonces levanté la vista.
Arriba nuestro, exactamente donde nos encontrábamos nosotros, había un agujero tremendo, del tamaño que ocupaban nuestros cuerpos y las mantas. Un agujero que daba al cielo despejado, estrellado, y tranquilo.
Pero era imposible, porque de afuera se seguía escuchando la tormenta. Y yo, que estaba de lleno en dirección al agujero del techo, no estaba ni un pelín mojado.
Sentado, ahora sobre las mantas, y parado un segundo después, me dediqué a mirar al agujero. Ahí había un pedazo de cielo, totalmente estrellado, hermoso.
Parecía ser justo lo que necesitaba.
Estudié las estrellas, entonces,  y aproveché la situación para ubicarnos y llegar lo antes posible a nuestro destino. Del agujero no caía una gota.
No quería despertar al gato, que dormía tan plácidamente, para mostrarle la magia de este lugar; pero yo no me hubiese creído si no lo veía con mis propios ojos.
Me acomodé nuevamente entre las mantas, haberlo visto al gato tan cómodo me dio ganas de acompañarlo. Y nuevamente, me dormí al instante.
Al día siguiente, el agujero había desaparecido.
Me convencí que había sido un sueño, que estaba tan cansado que podría haber quedado inconsciente y delirando. El techo estaba completo, ni un agujero ni nada; si había un dibujo de una estrella que no había visto antes, pero del agujero nada.
Antes de empezar a asustarse, y aprovechando que la lluvia había parado, desperté al gato y emprendimos viaje de nuevo.
Cuando salimos de aquella cosa de madera, y la vimos de afuera, comprendimos que no era ni una estancia ni nada; era un vagón de madera, abandonado en medio de la nada, de un tren de carga. De afuera no se veía para nada placentera, o siquiera habitable. No podía llegar a entender qué había pasado la noche anterior.
Pero para demostrar que no había sucumbido a la locura, o más bien para demostrarme a mí mismo, emprendí la ruta que la noche anterior había trazado con ayuda de las estrellas del agujero.
Y llegamos.
Finalmente, después de muchísimo viaje y desesperanza, habíamos llegado a nuestro destino; y fue gracias al mapa de las estrellas que había presenciado la noche anterior. Un mapa que al siguiente día había desaparecido.
No puedo contar nada sobre el barrio al que visitamos, porque es secreto por una razón y no pienso arruinarles la diversión, pero aquel día me dediqué a contar a cada uno que me escuchaba, la historia con la Estancia de las Estrellas.
Nadie me creía, nunca había visto en sus alrededores un vagón abandonado mágico. Pero yo no podía cambiar lo que había vivido.
La Estancia de las Estrellas sería mi secreto.
*

Trabajo de Milagros Carrera






Era poco después del mediodía, el sol quemaba sobre nuestras cabezas y ya no lo soportaba más. Caminábamos por una tierra desierta en la cual lo único que resaltaba era algo alto y raro, parecía un monstruo; pero a medida que nos acercábamos descubrí que en realidad era una construcción, vieja y abandonada, parte de un juego mecánico, lo sé porque una vez con los pibes fuimos a una feria en la que había muchos de esos juegos.
- Carlitos ¿Sabe usted que es eso? – Dije con el miedo empezando a atacarme, pero era nuestro primer viaje juntos y no quería ser una molestia, no vaya a ser cosa que sea capaz de tirarme al rio para que Riachuelito se alimente de mí.
- Eso, Juan Diego, eso es lo que queda del glorioso Parque de diversiones Libertad. - Dijo con nostalgia en su voz- Eso, pibe, con el General… era la gloria. Puras risas, los niños corriendo por todas partes, padres felices disfrutando de la alegría de sus hijos. Ay ¡qué lindos tiempos eran aquellos!
- ¿Y qué le paso? Porque sinceramente yo lo veo muy feo… hasta algo tenebroso. – Dije mirando esos hierros oxidados.
- ¿Qué va a pasar? Los oligarcas que todo lo destruyen arruinando la vida y felicidad del pueblo. – se notaba el odio en su voz – Esos desgraciados mandaron a atacar el parque y destruirlo para construir su propio parque, el Recoleta Park, ese lugar raro donde las cosas vuelan y todo lo controlan robots que se adueñan de tu mente –agregó.
- ¿Lo conoces? ¿fuiste por ahí?
- Obviamente no, pero lo he escuchado por el campito- aclaró limpiándose el sudor de su frente- Yo estuve el día del ataque, fue horrible, casi que no la cuento sino hubiera sido por el gato que me guió entre medio de la humareda de las bombas.
- ¿En serio? ¿Por qué no me cuenta esa historia mientras descansamos?- pregunté con intriga y cansancio. – por cierto, ¿y el gato dónde está?
- El hace su vida, ya lo volveremos a encontrar. Y sobre la historia… está bien, lleguemos hasta ese árbol y te cuento- dijo señalando el único árbol que se veía a lo lejos.
Seguimos caminando en silencio y cuando estábamos por llegar escucho a Carlitos cantar, lo mismo que cantaba el día que nos conocimos.
Oye, bajo las ruinas de mis pasiones,
en el fondo de esta alma que ya no alegras,
entre polvo de ensueños y de ilusiones,
brotan mis flores negras.
Una vez que llegamos al árbol, nos sentamos bajo su sombra y Carlitos comenzó con su relato.

*               *              *
Era primavera, un día muy peronista. Vine a visitar el Parque de diversiones Libertad, para distraerme un rato y disfrutar de todas las atracciones y actividades que se pueden realizar acá. Era un parque enorme de muchos kilómetros que tenía mucho pasto, arboles e incluso había lagunas en las cuales la gente se bañaba y escapaba del calor agobiante. Las grandes montañas rusas, la vuelta al mundo y el teleférico que subía terminando en un hermoso restaurante en la cima de una torre que giraba constantemente, todo de metal azul brillante y en el cual nunca se olvida de agradecerle a Santa Evita antes de comer.
La alegría se veía a cada lado que uno mirara, los puestos de kermes tenían largas filas y todo el mundo tenía en mano algodón de azúcar o pochoclos. La unión era notable, la felicidad de grandes y chicos a la hora de disfrutar los juegos creaba un hermoso ambiente para pasar la tarde en familia y con amigos.
Como yo ya había ido muchas veces decidí no subirme a ninguna atracción, sino que empecé a caminar observando cada detalle del lugar y de la gente. Estaba ya alejándome de las lagunas cuando veo como todos los chicos empieza a mirar y señalar hacia el cielo, me costó un segundo ubicar lo que con tanto entusiasmo estaban observando y costó otro segundo más para que todo empeorara y la felicidad, tranquilidad y alegría dieran paso al horror, la desesperación y el miedo.
Resulta que lo que estaba sobrevolando el parque eran una especie de robots miniatura de juguete que llevaban agarradas unas bombas que parecían inofensivas. Todos creímos que era un espectáculo del propio parque, pero todo cambió cuando los robots dejaron caer sus paquetes y al hacer contacto con el suelo estos empezaron a desprender un humo espeso y amarillo.
- ¡Cuidado! – se empezaban a escuchar los gritos.
- Hijo ¿Dónde estás?
- ¡Corran!
- Son los oligarcas, ¡nos atacan!
Todo el mundo entró en desesperación, se escuchaban tantos gritos que al mezclarse poco se entendían, el humo hacía imposible el ver, lo único que se distinguía eran luces que no se entendían que eran, pero si de algo estaba seguro es que tenía que alejarme de estas.
 Luego de un rato de corridas, desesperación, gritos y llantos hubo una gran explosión y todo quedó en silencio. Las luces desaparecieron, y ya no se escuchaban más minis robots tirando las bombas de humo. Aunque éste todavía estaba tapando la visibilidad y no parecía disminuir. Lo único que pude ver fue una figura que se acercaba lentamente y por más que me costó lo reconocí, era el gato. Mi fiel compañero, me tomó por la remera y a rastras me sacó de allí, yo casi no me podía mover, pero confiaba en él y así pudimos salir ambos de ahí hasta un árbol donde me recosté para poder recuperarme.
*              *               *
- ¿Ahí termina? ¿Huyó sin más? ¿Y las demás personas? ¿Qué pasó? - la decepción se notaba en mi voz.
- A pesar de como ves todos estos hierros abandonados y desfigurados, se dio pelea, no todo terminó tan mal, la única pérdida fue el hermoso regalo que el general le había hecho al pueblo, el parque. Pero ahora hay que seguir andando antes de que nos agarre la noche en este desierto, la noche por acá es muy peligrosa;otro día te cuento como todas las personas logramos escapar de acá sanos y salvos, y cómo se les dio pelea a los oligarcas-Por último, agregó: -Su parque tan nuevo y tecnológico también sufrió y lo tuvieron que reconstruir. Claro está que con todo el dinero que esa gente tiene no le costó nada, pero la venganza logró calmar un poco la ira de la gente.




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