CONSIGNA DE ESCRITURA:
A partir de los textos leídos ("El marica", de Abelardo Castillo y "Mi mujer", de Nicolás Olivari), elegir una de las siguientes opciones y desarrollarla de manera individual:
- Como si fueras CÉSAR: escribir una carta que responda a la carta de Abelardo. Tener en cuenta el vínculo entre ellos, la aparicion de otras voces y la construcción de una voz personal.
- Como si fueras la MUJER: escribir un poema (en verso o prosa) que responda al poeta. Tener en cuenta el vínculo entre ellos y el lenguaje con el cual vas a representar a la mujer.
TRABAJOS FINALES:
ZOE BARTOLI
yo era raro sí, pero vos también. Incluso
me atrevo a decir que aun más raro que yo. No eras ni lo uno, Abelardo, ni lo
otro. No pertenecías a ellos, a los otros, pero al mismo tiempo tampoco
pertenecías a mí, a lo nuestro.
Eras, y posiblemente lo sigas siendo, de
esos que se amoldan, se acostumbran a donde saben que no pertenecen porque
todavía no han encontrado el rompecabezas donde encajar, o bien cuál pieza son
en el gran rompecabezas de la vida, o de haberlo hecho no te animabas a
presumirlo, o al menos no como lo hacían los otros.
No te culpo, o quizás sí, un poco, pero
éramos chicos, y lo que ahora nos importa tan poco, las opiniones, las miradas,
los incontables jueces sin título que abundan en la sociedad, en ese momento
eran un todo. Eran el mundo que empezábamos a descubrir, la sociedad que sería
el escenario de nuestras vidas, y si no pertenecíamos a ese “todo”, a ese
mundo, a esa sociedad ¿A dónde carajo pertenecíamos? Pero es ahí cuando uno se
da cuenta de que no se encuentra en lo conocido, y tiene que decidir entre
esforzarse por volverse común de aquel lado, o aventurarse a conocer lo que aún
está oculto de éste, entender lo indescifrable y aceptarlo.
Allí es donde hemos diferido desde aquella
vez, vos optaste por lo primero y yo perseguí mis ganas de conocer, de
entender, de pertenecer.
No te juzgo, de hacerlo me convertiría en
lo que nos llevaba a actuar de esa manera, me llevaría a convertirme en
aquellos jueces sin titulo que como ya he dicho y seguiré diciendo, hay en
cantidad. Pero esta es la explicación de
porqué han transcurrido 30 años de silencios, de remordimientos. Vos elegiste y
yo elegí, pero diferente.
Solías aparecer en mis sueños, y los demás
también. “Dale marica! Decíselo!” gritaban, y vos te quedabas quieto, mirándome
expectante y con una mirada curiosa. Ahí es cuando aparecía la gorda
sosteniendo una criatura en un brazo y cinco pesos bien apretados en el puño.
Caminaba lentamente y con desidia, y yo temía las palabras que saldrían de su
boca. O de la tuya. O de la mía. Cuando ella comenzaba a hablar, inmediatamente
presionabas tu mano contra su boca. “te quise, César, te quiero” soltabas. Pero
vos eras yo y yo eras vos, y esas palabras salían de tu boca, salían de mi
boca.
No
recuerdo una vez que no me haya despertado vacío, agitado y anhelante.
Si lo que buscás es perdón, no dudaría en
dártelo, y lo haría una y otra vez, porque pese a nuestras diferencias, tu
importancia para mi es la misma que en ese entonces. Ese entonces cuando reías
para camuflarte en lo común, pero me defendías con esa forzada
indiferencia, indeciso de mostrar quien
realmente eras.
Aquella noche de verano me marcaste Abelardo,
y aunque hubiese hervido de ganas no te devolví esa violencia porque me diste
lástima. Siempre lo has hecho. La forma en que siempre te escondías de ti mismo
y encontrabas refugio en aquella hombría insana que todos los demás alababan.
Sos un buen hombre, Abelardo, y así como me
mostrabas tus verdades a mí, así como liberabas tu esencia cuando estábamos
solos, no tengas miedo de mostrarlo al mundo. Con el correr de los años aprendí
que no somos una pieza más del rompecabezas, sino que nosotros mismos somos el
rompecabezas, y el completarnos depende de nosotros, de las decisiones que
tomamos para ensamblarlo.
No guardo resentimientos, y por raro que
sea tampoco arrepentimientos. O quizás sí, un poco, pero éramos chicos, y yo
siempre pretendía que estuvieras a mi lado cuándo yo no supe darme cuenta cuándo
me necesitabas vos. Tan solo perdón.
Aunque quizás no de la misma manera, mi
amistad estará siempre para vos. Para alejar tus miedos. Para reírnos de los
recuerdos. Para ayudarte a completar tu rompecabezas. Tu vida.
Te quise, Abelardo, te quiero.
César.
MILAGROS CARRERA
Lejos, estoy muy lejos. Pero, ¿acaso eso
tiene importancia para vos? Pasaron décadas, Abelardo. He esperado escucharte
por años. Y al fin hoy lo puedo hacer. Te puedo escuchar. Vos mismo lo dijiste,
estábamos ahí, andando siempre juntos, uno al lado del otro, para apoyarnos. Siempre
me protegiste. O al menos hiciste el intento por evitar que los demás se rieran
de mí, no obstante… muy bien no te salió. Terminaste por reírte con ellos, por
engañarme, por traicionarme. Terminaste dejando que te venzan; que arruinen todo
lo que nosotros dos habíamos construido juntos.
Aun me pregunto por qué lo permitiste.
¿Por qué creíste que necesitabas ser como los demás? ¿Qué ser diferente era
algo malo? Yo confiaba en vos ¿Por qué tuviste que arruinar eso?
Tal vez vos no recuerdes el día en que
todo empezó, pero yo sí. Nunca lo voy a olvidar. Recuerdo cómo todos me veían como
un bicho raro. Los rumores sobre que venía de un colegio de curas se
esparcieron rápidamente, y la verdad no entiendo por qué eso lo veían como algo
malo. Pero ahí estaba yo, escondiéndome de las burlas mientras leía un libro,
oculto en la biblioteca, cuando entraste junto con un amigo tuyo.
-Viste lo raro que es
el nuevo? Yo no entiendo que hace acá. Se ve que no pertenece aquí. No es como
nosotros.- te dijo.
Y le respondiste:
-No lo sé, yo lo veo
como a cualquier otro, no entiendo por qué lo molestan tanto. No creo que lo
merezca, es nuevo y deberíamos ayudarlo. Es un cambio muy grande el que está
pasando. No me parece una mala persona como para darle la espalda.
- ¿Tanto lo defendes?
no me digas que te enamoraste de él. Dejalo así, no quieras ser el héroe. - y
antes de irse agregó- no vale la pena gastarse.
Y por primera vez desde
que había llegado me animé y me acerqué a alguien, a vos. ¿Sabes qué fue lo
mejor de ese momento? Que vos no le hiciste caso, no te importó lo que tu amigo
te dijo. Pasamos toda la tarde allí en la biblioteca. Ya no estaba oculto,
estaba charlando, charlando con un amigo, con mi primer amigo en ese nuevo
colegio.
Te voy a escuchar porque ya ha pasado
tiempo. Ya no soy ese niño que le daba miedo saltarse las reglas o correr
riesgos. Las cosas cambian. Las personas cambian. Nadie tiene el derecho de
cortar lo que otro quiere decir. El guardar las cosas no sirve de nada. Yo
después de mucho tiempo sé lo aliviado que te sentís, porque sé el peso que
tienen las palabras, lo vivo constantemente, sé cómo los secretos o reprimir lo
que piensas puede matarte internamente. Y justamente porque lo sé, por ese
primer encuentro que yo recuerdo claramente, por todos esos recuerdos que con
tanto cariño guardo en lo profundo de mi memoria es que te digo esto: nunca te
quedes callado, no te sientas intimidado de expresarte libremente ante los
demás. Entiende que lo diferente casi nunca es lo malo, todo lo contrario, lo
diferente causa miedo, pero la diferencia es la mayor virtud que tenemos las
personas. No te prives a vos mismo de disfrutar de esta con tal de seguir la
corriente de los otros.
Lo que pasó esa noche, quedó en el pasado,
no quedan ya resentimientos. Aunque debo confesar que tu engaño me dolió
demasiado, me destrozó por dentro y me hizo odiarte. Realmente te odié. Pero después
de 35 años crecí, crecimos, por lo que leo en tu carta, la decepción ya pasó, tuve
el tiempo de reflexionar sobre lo que sucedió ese día. No creo que fuera tu
culpa el arruinar las cosas. No creo, o no quiero creer, que realmente me hayas
llevado allí con malas intenciones. Yo mismo sufrí las burlas y la condena de Roberto
diciendo “marica” o “debilucho”, o al colorado robándome dinero fundamentando
que lo necesitaba para “algo sumamente importante que yo no entendería por ser
tan delicado” y ni qué decir del negro persiguiéndome por las calles para
pegarme por “no hacer lo que lo que un verdadero hombre hace”. Sé lo que es, lo
que se siente. La frustración, el miedo, la inseguridad que genera para con uno
mismo no ponerte en el bando de los más fuertes, de los más machos, un bando
que ellos mismos armaron. Sé que ponerse en contra de los rudos del lugar puede
ser muy peligroso. Cuestionarte tus propias costumbres es aterrador, pero lo
que hiciste, aferrarte a lo que conocías y estabas acostumbrado, fue una
actitud muy de cobarde, de “marica” como tus amigos hubieran dicho.
Yo entiendo el que no hayas podido hacerlo
ese día. No soy quién para juzgarte, después de todo, yo fui quien salió
corriendo antes de entrar. Sin embargo, te hago una pegunta ¿Valió la pena que
ambos suframos tanto con lo que sucedió esa noche?
MICAELA GUAYCOCHEA
Esos maricas
No
sabés cuánto me hubiese gustado poder ignorar tu carta, Abelardo. Lo que me
hubiese gustado dejarla tirada en la puerta de mi departamento para que la
pisaran, para que la lluvia la estropeara, para que se ensuciara. Me hubiese
encantado romperla en pedazos o prenderla fuego. Pero la abrí, la abrí sabiendo
que era tuya, leyendo que venía de Rosario. Porque por más que me gustaría
mentirme a mí mismo y decirme que fue la curiosidad, no pude evitar pensar en
vos, y vos me hiciste sentir un peso en las tripas, algo molesto, algo parecido
a la traición. Ya que te tomaste el gusto de escribirme y ser sincero conmigo,
es lo menos que puedo hacer, ser sincero con vos.
Cuando
volví al pueblo me dijeron que te habías casado, que llevabas como quince años
casado con una mina que antes vivía en Las
Heridas, y que la conociste allá, antes de que yo me fuera. Me fui hace
diecisiete años y la única vez que fuimos a Las
Heridas estuviste todo el tiempo conmigo. Le podés mentir a todo el mundo,
pero a mí no, Abelardo, a mí no.
Después
de esa noche me fui, vos lo sabes mejor que nadie. Pero no me fui para no verte
nunca más como habrás pensado. No Abelardo, tampoco me fui por miedo a que los
muchachos supieran lo que era, como habrán pensado ellos. Me fui porque estaba
harto y porque en el pueblo solo dejaba a mi vieja y un par de libros que sabía
que no podría llevarme.
Entré
en mi casa para juntar mis cosas, mi vieja dormía y mi viejo seguía trabajando
fuera, en la comisaría. No me molesté en dejar una carta explicando que me iba
porque quería irme, mi vieja seguramente lloró hasta que mi viejo la fajó para
que se callara. El nene se iba. Pero el nene era un marica así que mejor si se
iba. El nene, porque nunca sería un hombre.
Te
lo cuento para que te quedes tranquilo, que tu conciencia descanse en paz
sabiendo que no te odio, pero me decepcionaste. Me la veía venir, sabía que en
cualquier momento no ibas a aguantar más o te ibas a dar cuenta, te ibas a
asustar, ibas a agarrar a la primera boba que se te pusiera enfrente y te ibas
a ir, dejándome solo. Y justamente eso fue lo que hiciste, con la única
diferencia que yo me fui primero.
Me
subí al tren y me fui para Buenos Aires. Acá no es muy distinto que allá, pero
por lo menos hay más opciones. Si querés una puta lo podes conseguir en
cualquier lado, a cualquier hora del día y si no podés , no corres riesgo de que se lo cuenten a nadie, incluso
te traen a uno si seguís teniendo
ganas. Pero tranquilo, acá los que son como yo se hacen los machos y te pegan
de vez en cuando.
Estudié
periodismo al final, no ingeniería como te decía cuando nos sentábamos a
charlar en la plaza frente a la iglesia. No me gustaba mucho ese lugar en realidad,
iba porque mi vieja me obligaba, aunque terminó sirviéndome como buena
coartada. En un pueblo tan chico como el
nuestro, donde son todos hipócritas pero ninguno va a la iglesia, el único
monagillo no iba a ser puto, eso hubiese sido demasiado.
Hace
meses, cuando encontraron a una chica muerta cerca de la quinta de don Genaro,
esa quinta en la que nos metíamos a jugar,
mi jefe le pidió a mi compañera
que fuese hasta el pueblo a reportar los hechos. Cuando escuché el nombre del
pueblo, pensé en vos. Pensé en el golpe y las tripas se me llenaron de la misma
sensación que tuve cuando vi tu carta. La boca y todo el cuerpo se me llenó del
gusto a traición. Fue decir que yo venía
del pueblo donde había ocurrido el crimen y el trabajo de la redacción de la
crónica fue mío.
Me
subí al micro con mil preguntas, ninguna referida a lo que había pasado con la
chica. Mi idea era pasar desapercibido en el pueblo, no iba a decirle a mis
padres que iría para allá a cubrir la nota, a lo sumo testearía que mi vieja estuviese
bien y nada más. Qué iba a hacer con vos, eso para mí era un misterio. Pero tenía
una morbosa curiosidad por saber qué había sido de tu vida.
El
pueblo no cambió mucho, solamente hay un par de casas nuevas de descanso
apostadas cerca de la ruta. Cuando llegué y me bajé del micro, por supuesto que
me agarró hambre. Fui un incauto y no me di cuenta que había entrado a la
rotisería de doña Clara. Claro que me reconoció . “¡Cesarito, cuánto tiempo!”
me dijo la vieja que cada vez está más sorda pero no se queda ciega y tampoco
pierde la memoria. Y me soltó todo lo que yo no pregunté y me moría por saber. Que te habías casado, que eras médico, que vivías
en Rosario (te habías mudado justo después de casarte, justo dos años después
de mi partida) que tu viejo se había muerto hacía cuatro meses y que habías
vuelto al pueblo para velarlo. Me dijo que tu mujer era una linda chica, pero
un poco lerda. En ese momento me la imaginé flaquita, blanca teta, con una
vocecita de pajarito, con pecas. Vos no te hubieras casado con alguien así.
Tuve que inventarme un par de boludeces
acerca de mi vida para dejar contenta a
la vieja chusma. En ningún momento me mencionó a mis viejos y yo tampoco quise
averiguar, si la vieja que hablaba hasta por los codos no decía nada, era por
algo. Cuando le comenté que estaba allá por el asesinato de la chica, se
angustió un poco “Pobre criatura, pero con la familia que tenía…” me contó que todo el pueblo conocía a la
familia de la chica, que eran unos malvivientes que vivían un poco lejos del
pueblo, más por la zona del bosque. Para doña Clara, la culpa era de la madre,
una irresponsable reventada que le calentaba la cama a más de uno, y que se
decía les cobraba. En el pueblo nunca hubo prostitutas Abelardo, salvo una. Otra
vez, las tripas. Otra vez, el recuerdo. Sabía perfectamente a cuál familia se
refería. Y algo no me gustaba. Le pagué
la milanesa con papás, le prometí que la entrevistaría a cambio de que
no dijese a nadie que estaba en el
pueblo y me fui. Me fui para lo de la
gorda. A esa altura, la nota me importaba un pito. Iba a lo de la gorda porque
quería saber qué había pasado. Algo te había pasado ahí adentro, no eras el
mismo cuando saliste. No podías haber conocido a tu mujer mientras yo estaba con vos, a lo sumo habías
tenido dos años de noviazgo ¿Por qué te habías casado tan rápido? ¿Por qué
esperaste a casarte para mudarte? Se suponía que eso debía pasar si descubrías
lo que yo era, no si me iba. Algo te había pasado la última noche que pasamos
juntos. Algo había pasado en la casa de la gorda.
En el viaje de vuelta para Buenos Aires fui
inventando la nota. “Celeste Alcides, una
joven de 15 años, otro caso de trata…
el pueblo de Ayala se encuentra
profundamente conmovido… una vecina, doña Clara Benítez, nos cuenta acerca de
Celeste… que la justicia actúe con todo el peso de la ley”. Se suponía que
iba a estar en el pueblo cuatro días para juntar la información, pero no habían
pasado ni veinticuatro horas y yo ya me estaba marchando, tenía que irme del
pueblo. Nadie iba interesarse por la historia de una chica muerta de un pueblo
perdido en la provincia de Santa Fe, no sería demasiado complicado escribir
cualquier historia medianamente creíble. Lo importante era alejarme del pueblo,
alejarme de tu recuerdo. Dolía demasiado.
No
sé como habrás dado con mi dirección para mandarme tu carta, supongo que habrás
leído por casualidad alguna de mis columnas, con mi nombre escrito al
principio. No sé porque te tardaste tanto en decírmelo. Dejame decirte que ya
lo sabía . Tranquilo, no me lo contó doña Clara, nadie en el pueblo sospecha de
vos. Pero doña Clara si me contó otra cosa, que no tenés hijos porque sos estéril. Ella te
escuchó a través de la pared cuando discutiste con tu vieja, porque ella
te reclamaba que no le habías dado ningún nieto y que tu viejo se había ido al
otro mundo sin ser abuelo. . Te mudaste
a Rosario, tu mujer es medio tonta y decís
que sos estéril. ¿No podés ser un poco más obvio? Mirá que yo iba a la iglesia
e igual se me notaba. Para aclarar tus dudas, fue la gorda la que aclaró las
mías.
La
gorda no tenía ninguna hija, no era la madre de la chica muerta. Cuando le
toqué la puerta de la choza, me atendió ella, más gorda, más vieja, más
abominable, con el ceño fruncido y el aire de una persona que se acaba de
levantar de una siesta soporífera. Eran las tres de la tarde y hacía calor Me vio con la billetera en la mano, y su ceño
se disfumó un poco. Yo iba dispuesto a pagarle a ella o a su marido por un poco
de información sobre vos, sobre lo que te había pasado esa noche . A su marido
no lo vi, como tampoco vi al niño pulgoso y descalzo que ya debía ser mayor. La
gorda me dijo que de día no trabajaba,
pero que si estaba lo suficientemente desesperado y tenía plata podía hacer una excepción. Yo le dije
que necesitaba saber lo que paso la noche, la noche en la que un grupo de
chicos fueron a debutar y uno (yo) no
pudo, no quiso. Me miró, me miró un momento largo, volviendo a fruncir el
ceño. “Vos no te parecés al chico que no
pudo, al puto, al que entró y se me quedó mirando”. Yo nunca había querido
entrar, pero era el único que no lo había hecho, que no había podido. Se lo
dije, y ella me dijo que si quería que siguiera hablando le pagara. Lo hice y
ella empezó a describir lo que se acordaba de ese muchacho que no había podido.
Te describió a vos Abelardo.
El
golpe que me diste esa noche me sigue doliendo. Antes me dolía porque era el
golpe de un amigo. Podía entenderlo,
pensaba que vos también te habías sentido traicionado, porque yo era lo
que los demás pensaban que era, un marica. Ya te dije que me esperaba tu huida
si sabías la verdad, el golpe era el peor de los escenarios. Tenía una pequeña
esperanza de que pudieras aceptarme , porque te quería y sentía que vos también
me querías. Después de visitar a la gorda, me di cuenta que había sido otro
tipo de traición. La traición de alguien que era lo mismo que yo. En ese momento comprendí por qué hiciste lo que
hiciste después que me fui. Te construiste una vida falsa, te alejaste del
pueblo, porque tenías miedo. Los dos seremos de esos maricas, pero por lo menos yo no soy de los maricas que huyen
cuando las cosas se ponen difíciles. Yo no me fui para seguir aparentando como vos, yo me fui para dejar de aparentar.
FLORENCIA INGLIERI
Abelardo…siempre
tan duro y directo, pero blando e indirecto a la vez. Admito que desde que te
conocí tuviste la capacidad de sorprenderme, aunque a juzgar por tu
estereotipada descripción sobre mi rareza, esto de admitir no debe tener nada.
En fin, esta es la sorpresa más grande que me diste, sobre todo porque aún no
puedo respirar por mi orificio nasal derecho.
Te
entiendo, ojalá no fuera así, pero lo hago. Hace años no te veo ni te escucho,
tu orden un tanto desesperada de que te escuche fue algo brusca, ¿no te parece?
Ya no queda nada, solo las pruebas físicas de que efectivamente algo sucedió,
aunque mi mente intente borrarlo. Mi cuerpo me lo recuerda.
Luego
de esa noche de luna grande y blanquísima, como te gusta decirle, al llegar a
casa simulé un robo, fue lo que mis padres supusieron al verme y les di el
gusto. Era más sencillo que dar explicaciones, que la palabra. Pero solo para
que sepas, no me reí.
Me
llevaron a la comisaría, que olía a café y a mentira. Sí, mentí por vos y por
mí, por nosotros, aunque destruiste nuestro vínculo al igual que a mi nariz.
Cada uno tiene su propia forma de sobrellevar lo que le pasa y me parece
respetable, pero aquello deja de estar bien cuando la responsabilidad es
transferida hacia un externo, alguien capaz de asumir la culpa. Yo fui el
disparador y el blanco perfecto.
Mi
madre lo notó, al pasar de los meses la pregunta de por qué Abelardo ya no
viene a almorzar fue disminuyendo, al igual que mis tontas pero creativas
excusas. Y lo notó todo, me dijo que siempre lo supo, probablemente antes que
vos y yo, pero que prefirió darnos tiempo, no agobiarme con suposiciones; me
sentí tan tonto de haberle mentido en la cara cuando ella es quien tiene el
poder no solo de leer mis pensamientos, si no mi corazón.
En
todos los sentidos posibles puedo decir que me rompiste, pero yo hoy puedo
sentirme libre de mí, de vos, de cualquiera, sin dudas te deseo lo mismo.
PD:
No dudes en responderme, esta no tiene por qué ser nuestra última conversación.
Aunque me perdí en pedacitos por el piso, y me volví a encontrar, soy el mismo
necio de siempre.
Porque
hasta que vuelvas a romperme…te voy a ayudar.
FLORENCIA MEDINA
EMILIO REALES
Abelardo,
recibí tu carta hace varios meses, y estuve juntando la voluntad para
responderte. Nunca pude entender porque hiciste lo que hiciste, si cuando solo éramos
vos y yo, eras diferente, hablábamos, me ayudabas, y según lo que escribiste,
me querías.
Yo venia de un colegio de curas, todo era
nuevo para mi, los salones mixtos, relacionarse con chicas, hacer todas esas
cosas que a ustedes les encantaba, como trepar arboles, romper faroles a
cascotazos. Entonces claro, yo era el raro, la atracción de tu grupo, el maricón
como así me dijiste esa noche.
Cuando estábamos solos vos eras
auténticamente vos, no como cuando estabas con esos monos que llamabas tus
amigos, “los muchachos”. No había día en el que no se burlaran de mi,
constantemente me llamabas “marica” entre otras barbaridades, yo no entendía porque no me defendías o al
menos decirles que se callen.
Supe que algo cambio el día en que golpeaste,
frente al café, al colorado Martínez por gritarnos “Adiós los novios”. Yo te
quise vendar la mano, me sentía mal, te habías lastimado por mí, pero vos no me
dejaste, me dijiste que te soltara, algo cambio en vos.
Ese día me dijiste que a la noche ibas a dar
una vuelta con los muchachos y querías que yo los acompañara. Sentí miedo y
alegría, miedo de que fuera una trampa, pero ese miedo no era tan grande, ya
que vos me lo habías pedido, la alegría venia de que yo añoraba que al final
tus amigos me dieran las disculpas que me merecía. Yo confiaba en vos, pero vos
me tendiste una trampa, me llevaste a la boca del lobo, a una situación de la
cual vendrían mas burlas.
Cuando
llegamos al rancho me di cuenta de todo, yo no quería entrar y vos me hiciste
entrar a la fuerza. El marido de la gorda, enorme como la puerta, nos miraba,
dijo que eran cinco pesos por cabeza, éramos siete. De la pieza salió un nene
que debía tener alrededor de cuatro/cinco años, estaba moqueando y se tocaba la
boca, como si alguien le acabase de pegar, ese chico me quedo grabado a mi
también, porque fue el momento en el que empecé a pensar como podía irme de
allí.
El negro fue el primero en pasar, yo temía
que me fueran a empujar hacia adentro, todos tenían caras de pánico, vos no me podías
ni mirar y yo tampoco a vos, no me podía creer que cuando yo pensaba al fin que
todo iba a ir mejor me traicionaste.
Cuando salió el negro, salió sonriente,
triunfador, abrochándose el pantalón, nos guiño el ojo a todos y te dijo de
pasar a vos, lo cual negaste y dijiste que pasabas después. Fueron entrando y
saliendo todos y salían no se mas con aires de orgullo por haber hecho algo que
no estaba bien, no creo que la gorda la pasara bien o el nene, me daba tanta
tristeza que para poder comer lo único que pudieran hacer era prostituir a la
mujer.
Después entraste vos, y yo aproveche esa
oportunidad en la que vos no estabas para largarme de ahí, cuando salía vi al
marido de la gorda tomando mate y con el chico jugando entre sus piernas,
apenas salí me dijo “¿te asustaste pibe?”, lo mire de mala forma y me fui.
Me alcanzaste frente al Matadero Viejo, me
arrinconaste contra el cerco. Y te mire como siempre lo hice y como esperaba
que vos me miraras. Comenzaste a decirme que volviera y yo te decía que no
podía, y vos sabias que yo no podía, te enojaste tanto que me dijiste que
vuelva o me llevabas a patadas en el culo y ahí fue cuando me dejaste la marca
en el cachete, todavía me acuerdo lo que me dolió pero lo que mas me dolió fue que
no dijiste nada y que fuiste vos el que lo hizo, te comencé a gritar que eras
un bruto de porquería, que te odiaba y que eras igual, peor que tus amigos; te
comenzaste a marchar y ahí es cuando te grite “maricón de mierda”.
Esa noche y tu amistad son cosas que no me
gustan recordar, odiaba como cambiaban tus actitudes cuando estabas con ellos,
como formabas parte de las burlas que ellos me hacían a mi y a otros del
colegio, todo por ser diferente. No quiero sonar como alguien malo, pero me
alegro saber que no pudiste, porque así sufriste algo de lo que yo sufrí, nunca
te voy a poder perdonar nada de todo esto.
EMILIO REALES
Te
escucho, Abelardo. Te escucho de la misma manera en la que te escuchaba en esas
tardes de charla y complicidad. Te escucho como me lo pedís. Pero no me olvido.
No puedo olvidar que aquella noche frente al matadero, necesité que me
escucharas. Pero no lo hiciste. No fuiste capaz de verte reflejado en mí. Y no
puedo evitar preguntarme por qué. ¿Acaso la apariencia de virilidad y
masculinidad pesan más que la verdad que descubre el aceptarse a uno mismo?
¿Acaso la burla de Cacho, Roberto, el Colorado o el Negro al contarles lo que
me hiciste fueron tan reconfortantes?
Leyendo tu
carta recuerdo perfectamente todos los momentos que pasamos juntos, puedo
sentir de nuevo esa admiración que causabas en mí en aquellas tardes de
estudio, pero la secuencia de aquella noche de verano irrumpe en mi mente y te
transforma, ya no sos más aquel amigo con el cual intercambiamos miradas y
hablamos de lo que no se les dice a otros, ahora sos la mano que golpea, el
dedo que señala, un insulto, una síntesis de todas las burlas y maldades que
recibí a lo largo de los años.
Me cuesta
entender qué te llevó a engañarme para que vaya con ustedes aquella noche. Me
conocías, Abelardo. Sabías que no podría. Sin embargo, no dudaste en llevarme a
aquella quinta. Imagino los comentarios que tuvieron lugar después de lo
sucedido.
- Al final
se asustó César, teníamos razón. -diría Roberto
- Es que
era cantado- retrucaría el Colorado-, si hubiera estado Abelardo en la pieza
seguro entraba.
- Bueno,
pero le quisimos hacer un favor y no lo aceptó- diría socarronamente el Negro-,
tuvo la chance de curarse y se las tomó.
Lo cierto
es que a mi también me duele, Abelardo. Puedo entenderte, pero la herida que se
abrió aquella noche frente al matadero no sana, y no me permite perdonarte.
Porque vos lo sabías.
VALENTINA SALINAS
No
me esperaba una carta tuya. Y si la esperaba, nunca imaginé leer algo así. Al
principio no la quería leer, pero me ganó la curiosidad. Tampoco pensaba
responderte, me parecía raro responder semejante confesión. Pero acá me tenes.
En esta respuesta quiero decirte que yo estaba al tanto de las risas y los comentarios agresivos o las burlas de tu grupo de amigos hacia mí. También sabía que vos te reías de mí, Abelardo, pero cuando empezamos a pasar más tiempo juntos me di cuenta que lo hacías para encajar en tu grupo.
Un día vino tu amigo, Roberto creo que fue, y me dijo:
-No nos toques a Abelardo. Lo vas a contagiar.
-Es mi amigo. Las personas como yo tenemos amigos también, sabes –le dije medio en broma.
-No tendrías que tenerlos. Sos demasiado… raro.
Escupió esa palabra. Aunque yo sabía que me quiso decir otra cosas. ‘’Maricón’’ como me gritaste aquella noche.
Ustedes siempre sospechaban de si en realidad era maricón. Lo decían para burlarse pero en el fondo querían saber si era verdad. En ese tiempo no lo sabía ni siquiera yo. La gente me miraba mal, me llamaban raro, no tenía amigos, y mi familia era medio homofóbica. Así que no podía salir a decir ‘’sí, soy re maricón’’ como si nada. Y tampoco me sentía como si lo fuera. Me di cuenta mucho tiempo después ¿Sabes cuándo lo empecé a sospechar? Cuando nos alejamos. No podía parar de pensar en vos. En nosotros. Pero quería borrarte de mi cabeza porque pensar en un chico estaba mal, Abelardo. Y más pensar en mi único amigo. Dejame decirte que, ahora que acepto que soy gay, nunca se me ocurrió hacer nada con vos. No podía arruinar nuestra amistad. Vos fuiste el que se animó, entre tantos, a hablarme, a pasar tiempo conmigo y por eso te admiraba. Viniste en el momento que más solo me sentía. Me escuchabas, me contabas cosas tuyas que yo sentía que con tus amigos no podías hablarlas. Me hacías sentir único.
La noche que me invitaste a ‘’dar una vuelta’’ con tus amigos, pensé que al fin ellos habían entendido que no les iba a hacer nada, que no los iba a contagiar y que empezaría a pasar tiempo con ellos. ¡Qué equivocado estaba!
Cuando entraste a la pieza de esa mujer, no lo aguanté más y huí. Había entendido que todavía pensaban que era maricón y necesitaba un arreglo. Y vos habías caído tan bajo como tus amigos. Salí corriendo, enojado con vos por haberme engañado, y triste. Muy triste. No me imaginé, que después de un rato, me ibas a ir a buscar, que me ibas a encontrar. Pero lo hiciste. No fue un encuentro grato. Me dolieron más tus palabras que tu mano. Eso me debilitó, sin embargo encontré la fuerza necesaria para decirte ‘’te odio’’ y salir corriendo. ‘’Maricón. Maricón de mierda’’, todavía resuena en mis oídos.
Estaba enojado, sí, pero te seguía queriendo. Mi único amigo. Sí, dejamos de hablarnos, de vernos, pero eso nos hizo bien a los dos para darnos cuenta de muchas cosas. Por algo escribiste esta carta.
Por último quiero decirte: gracias. Gracias por darte cuenta solo de tus errores, y por la carta. Ahora entiendo perfectamente el porqué de tus acciones. Espero, que lo que me contaste a mí, lo puedas hablar con tus amigos, si es que se siguen viendo. Ya pasó un largo tiempo, las cosas cambiaron, creo que lo van a entender. Es bueno poder sacar lo que nos quema por dentro.
Te sigo admirando, Abelardo.
RODRIGO AVALOS
En esta respuesta quiero decirte que yo estaba al tanto de las risas y los comentarios agresivos o las burlas de tu grupo de amigos hacia mí. También sabía que vos te reías de mí, Abelardo, pero cuando empezamos a pasar más tiempo juntos me di cuenta que lo hacías para encajar en tu grupo.
Un día vino tu amigo, Roberto creo que fue, y me dijo:
-No nos toques a Abelardo. Lo vas a contagiar.
-Es mi amigo. Las personas como yo tenemos amigos también, sabes –le dije medio en broma.
-No tendrías que tenerlos. Sos demasiado… raro.
Escupió esa palabra. Aunque yo sabía que me quiso decir otra cosas. ‘’Maricón’’ como me gritaste aquella noche.
Ustedes siempre sospechaban de si en realidad era maricón. Lo decían para burlarse pero en el fondo querían saber si era verdad. En ese tiempo no lo sabía ni siquiera yo. La gente me miraba mal, me llamaban raro, no tenía amigos, y mi familia era medio homofóbica. Así que no podía salir a decir ‘’sí, soy re maricón’’ como si nada. Y tampoco me sentía como si lo fuera. Me di cuenta mucho tiempo después ¿Sabes cuándo lo empecé a sospechar? Cuando nos alejamos. No podía parar de pensar en vos. En nosotros. Pero quería borrarte de mi cabeza porque pensar en un chico estaba mal, Abelardo. Y más pensar en mi único amigo. Dejame decirte que, ahora que acepto que soy gay, nunca se me ocurrió hacer nada con vos. No podía arruinar nuestra amistad. Vos fuiste el que se animó, entre tantos, a hablarme, a pasar tiempo conmigo y por eso te admiraba. Viniste en el momento que más solo me sentía. Me escuchabas, me contabas cosas tuyas que yo sentía que con tus amigos no podías hablarlas. Me hacías sentir único.
La noche que me invitaste a ‘’dar una vuelta’’ con tus amigos, pensé que al fin ellos habían entendido que no les iba a hacer nada, que no los iba a contagiar y que empezaría a pasar tiempo con ellos. ¡Qué equivocado estaba!
Cuando entraste a la pieza de esa mujer, no lo aguanté más y huí. Había entendido que todavía pensaban que era maricón y necesitaba un arreglo. Y vos habías caído tan bajo como tus amigos. Salí corriendo, enojado con vos por haberme engañado, y triste. Muy triste. No me imaginé, que después de un rato, me ibas a ir a buscar, que me ibas a encontrar. Pero lo hiciste. No fue un encuentro grato. Me dolieron más tus palabras que tu mano. Eso me debilitó, sin embargo encontré la fuerza necesaria para decirte ‘’te odio’’ y salir corriendo. ‘’Maricón. Maricón de mierda’’, todavía resuena en mis oídos.
Estaba enojado, sí, pero te seguía queriendo. Mi único amigo. Sí, dejamos de hablarnos, de vernos, pero eso nos hizo bien a los dos para darnos cuenta de muchas cosas. Por algo escribiste esta carta.
Por último quiero decirte: gracias. Gracias por darte cuenta solo de tus errores, y por la carta. Ahora entiendo perfectamente el porqué de tus acciones. Espero, que lo que me contaste a mí, lo puedas hablar con tus amigos, si es que se siguen viendo. Ya pasó un largo tiempo, las cosas cambiaron, creo que lo van a entender. Es bueno poder sacar lo que nos quema por dentro.
Te sigo admirando, Abelardo.
RODRIGO AVALOS
Hola, Abelardo. Pasó mucho tiempo desde
aquella noche que cortó nuestra muy linda amistad, pasaron 20 años
aproximadamente, si no me falla la memoria.
Me duele mucho recordar los sucesos de
aquella noche, primero porque me llevaste engañado a un lugar donde sabías que
no me sentía cómodo, un lugar donde los chicos pensaban que salían como
“hombres”, pero no era más que una pocilga donde un hombre explota sexualmente
a la mujer, aunque yo pensé que eras distinto a eso sin embargo me comprobaste
que no era así.
El motivo de tus acciones dolieron mucho más
que el golpe porque éramos distintos (o aparentabas serlo) pensaste que
necesitabas ser como los demás para tener compañía, preferiste estar mal
acompañado antes que solo, igual creo que lo que los otros chicos pensaban es
solo una triste excusa para no afrontar la realidad.
Me costó mucho superar lo ocurrido, pero ya
pasé la pagina hace mucho tiempo, te paso a contar que mis padres (al igual que
yo) terminaron muy desilusionados con tu actitud, por lo tanto me obligaron a
mudarme, tuve tiempo de reflexionar y pensar si de verdad era “un maricón” o
que problema había conmigo, pensaba que de verdad era eso porque no me animaba
a acercarme a una mujer, pero hubo un giro de 180 grados en mi vida.
Conocí a un grupo de amigos, sufrían de
diversas humillaciones porque estaban en la misma situación que yo, eran
tildados de homosexuales (lo cual cabe aclarar que no es nada malo), solo
porque no estaban cerca de mujeres, que tiene de malo eso me preguntaba yo todo
el tiempo, después me di cuenta que el tiempo lo pone a cada uno en su lugar,
mis nuevos amigos me transmitieron seguridad y comodidad para expresarme como
yo quería y necesitaba hace mucho tiempo, hasta que por fin conocí a una chica,
su nombre es Marcela, que hoy en día es mi esposa y madre de mis hijos.
Ella me cuida mucho como yo a ella, y si
Abelardo, para tu sorpresa no soy homosexual, solo era un prejuicio por mis
miedos, ella me enseñó a superarlos, diría que ella y mis amigos fueron una
parte fundamental para superar mi tristeza y desilusión por tus actos, nos
mudamos a una casa muy bonita cerca de la ciudad donde nos criamos, yo le comenté
sobre vos a ella, dio su opinión diciendo que ella tenía un amigo con mi mismo
problema pero logró separarse a tiempo de esa mala junta.
Para terminar Abelardo, hace mucho tiempo te
perdoné, valoro mucho tu carta, se que estabas rodeado por un entorno que hace
esta sociedad cada vez peor, pude comprender porque lo hiciste, además sin ese
golpe nunca hubiera hecho el cambio que yo necesitaba, espero que hayas podido
entender que nadie es un maricón por no estar con ninguna mujer y que nadie es
un ganador por estarlo, uno es un ganador cuando consigue formar una familia y
concretar proyectos, al menos así lo siento yo, deseo que estés bien, quiero
que nos juntemos a comer un asado así que espero una respuesta de esta carta.
Atentamente:
César.
VIOLETA SOTO
Hola, Abelardo:
Después
de tanto tiempo me sorprende saber de vos, aunque no tanto el motivo de tu
carta. Mira, no te voy a mentir, después del episodio en lo de la gorda y la
piña que me pegaste, te guarde mucho rencor, pero el tiempo cura, o por lo
menos te da un margen para abstraerte y mirar las cosas con perspectiva.
Al
final, creo que los dos lo sabíamos, lo mío y lo tuyo, aunque de formas
distintas. Hasta que me lo gritaste esa noche nunca había estado explicito
entre nosotros, pero estaba ahí. Siempre estuvo ahí. Cuando el colorado
Martínez nos macaneó saludándonos como si estuviésemos juntos y vos le pegaste,
estuvo ahí. Pero en tu caso, vos no podías admitir ser lo que tus amigos tanto
repudiaban, y te desquitaste conmigo. Ahora lo entiendo, te viste en mí, esa
vez cuando me fui del rancho, cuando vos tampoco pudiste, lo confirmaste y me
quisiste ofender.
Por
supuesto que me lastimaste, pero aun con el bife en la cara yo sabía, en el
fondo ya empezaba a ver esa conexión. Mucho tiempo tuve dando vueltas esa noche
en mi cabeza. Sentí ira, pero también me dio pena por vos, yo sabía que no eras
como ellos, tantas tardes juntos, cómo me ayudabas; ese resto de empatía entre
tanto odio fue lo que me dejo perdonarte, o aunque sea olvidarme, seguir
adelante. Uno no puede vivir en el pasado, viste. Supongo que por eso me
escribiste, también, para reconciliarte con esa parte tuya. Y si pudiste aceptar
los hechos de aquella vez sospecho, que es debido a que, en cierto modo,
también te aceptaste a vos, tu identidad.
Es
difícil decirte esto después de tanto tiempo. Recordar el fantasma de esa noche
nunca es sencillo y hace mucho no tenía la necesidad de hacerlo. Me hubiera
gustado que me confesaras esto mucho antes, las cosas habrían sido distintas,
yo no me hubiera ido. Por vos me habría quedado, porque por vos me fui.
Te escucho, Abelardo. Te entiendo, ahora
puedo.
Con
el afecto de todos estos años,
César.
BLAS MONTAÑO
Un purrete porteño
Un purrete porteño
Ya, con tanto tiempo dentro de mí
Cambiaste las yerbas de mis pasos
Golpeaste con tu lengua
el sabor de mis palabras
Y sin quererlo, o amando la idea
Pusiste una semilla en el agujero de mi enagua
Ya, hoy, el plato sopero lleno,
En vertical y de costado, pero llenísimo
Con nueve meses que agrandaron mi alma
Me pregunto qué son mis oídos sin tus palabras
Palabras de poeta que nunca terminaré de entender
Palabras que quizá el plato sopero escuche,
¡Parece sacar la mano, o un pie!
Querrá escribir como el padre,
y bailar el tango mío
...
Pero si damos mal los pasos
Y nos tropezamos en impuestos
Y no nos queden fuerzas,
ni a vos palabras,
tendrá de compañero...
A un chiquilín de Bachín,
que reparta rosas a las gentes altas.
Por eso le pido a la Luna
que brille, que brille tanto
Que ilumine a todos los porteños locos
para que no vean el infierno que oculta el tango
Que la Luna ruede por Callao y reparta sueños
Y todos empiecen a bailar,
con nuestro purrete...
Que todos empiecen a bailar.
Cambiaste las yerbas de mis pasos
Golpeaste con tu lengua
el sabor de mis palabras
Y sin quererlo, o amando la idea
Pusiste una semilla en el agujero de mi enagua
Ya, hoy, el plato sopero lleno,
En vertical y de costado, pero llenísimo
Con nueve meses que agrandaron mi alma
Me pregunto qué son mis oídos sin tus palabras
Palabras de poeta que nunca terminaré de entender
Palabras que quizá el plato sopero escuche,
¡Parece sacar la mano, o un pie!
Querrá escribir como el padre,
y bailar el tango mío
...
Pero si damos mal los pasos
Y nos tropezamos en impuestos
Y no nos queden fuerzas,
ni a vos palabras,
tendrá de compañero...
A un chiquilín de Bachín,
que reparta rosas a las gentes altas.
Por eso le pido a la Luna
que brille, que brille tanto
Que ilumine a todos los porteños locos
para que no vean el infierno que oculta el tango
Que la Luna ruede por Callao y reparta sueños
Y todos empiecen a bailar,
con nuestro purrete...
Que todos empiecen a bailar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario